viernes, 26 de enero de 2018

LIA

Lo he hecho, sí, lo he hecho: por fin me he liberado.

Hoy al despertar me he sentido raro; mis pies no sentían el roce de las sábanas, mi mano no colgaba del borde de la cama, mi cabeza no estaba hundida en la almohada. Pero no ha importado, he podido calcular en pocas milésimas de segundo los primeros diez mil dígitos de Pi y la fuerza y momento exacto para que un cohete Saturno V alcanzara la órbita de la luna en tres días.

Pero esto tiene una explicación, retrocedamos hasta cuando conocía a Lía.

Aquella noche me sentía sólo y abatido, empequeñecido por la poca capacidad que se siente cuando te das cuenta de que no entiendes a nadie. Entré en una red social, con grupos donde se hablaba de temas banales, elegí uno cuyo título rezaba "De la estructura social de las colonias de hormigas"

Era un tema perfecto para sentirme bien comprendiendo algo: allí donde todo está perfectamente definido, cuyas reglas no se rompen, donde cada individuo hace exactamente lo que se espera de él y cumple su función para que la sociedad funcione como un reloj.

Posiblemente en ese instante me detuviese a reflexionar sobre la causa por la que muchos de mis congéneres son amantes del orden: por puro miedo a sentirse abatidos dada su incapacidad para comprender o asumir lo que escapa de su control.

Y allí estaba ella, explicando asombrosamente bien el proceso por el cual las hormigas habían sido capaces de desarrollar esa capacidad; primero para escavar sus nidos, construir estancias con funciones específicas, como almacén, guardería o dormitorio; segundo, para jerarquizar toda su sociedad, desde la reina, los soldados, los recolectores, los reproductores, todo engranado como un mecano perfecto.

Pero lo que realmente me provocó fue cuando dijo "Y todo amante del orden es, pues, un ferviente creyente del caos"

Eso no tenía sentido, así que le pregunté directamente qué quería decir con eso, qué era lo que le hacía decir esas cosas. Pues bien, empezó a contarme que se dedicaba a investigar las sociedades entomológicas y después las simulaba en un ordenador, pero que aplicar reglas estrictas tal y como las concebíamos los humanos (¿los humanos?) daba como resultado el desastre y que sólo tras tener en cuenta cierta dosis de aleatoriedad o eventos impredecibles el resultado era estable y se mantenía en el orden. 

En ese momento y a aquellas horas pensé que estaba hablando con una máquina, además una máquina cuántica. La agregué a mis contactos para volver a hablar con ella en otra ocasión. Lo que no sospechaba era lo que iba a pasar unos días después...


jueves, 9 de febrero de 2017

La tarde...

La tarde se estaba convirtiendo en cenizas mientras el sol descendía sobre el horizonte. Aparecían puntos de luz y una banda lechosa que no podían ser otra cosa sino los rescoldos del fuego que había abrasado el día. El cielo se había inflamado y ahora él estaba allí tumbado contemplando la obra del dios al que estaba tratando de comprender.
Exhausto como nunca antes lo recordara, repasaba cada hora de aquella jornada. La furia con la que se había despertado hizo que saliera en pos de una respuesta que calmara su espíritu. Fue a visitar a su hermana antes de ir a ningún sitio, echaba de menos aquellas noches en las que dormía abrazado a ella apartando así el miedo a la oscuridad. Hola, tonto, le dijo. Sí, posiblemente todo aquello que estaba haciendo fuera una tontería, pero algo le empujaba a salir fuera y encontrar el sentido de las cosas. Aceptó la comida que ella le ofrecía y partió.
Corriendo sobre montañas, saltando sobre abismos, encontró aquella villa de la que había oído hablar y de la que se contaba que sus habitantes tenían muchas respuestas. Llegó un poco después de que la bola ardiente volviese a imperar en el mundo, pero al parecer allí donde lo sabían todo no les hacía falta saludar al nuevo día.
Se sentó con las piernas cruzadas en medio de aquellas casas de barro y durante un tiempo no escuchó otra cosa que al viento llevando hojas muertas, el agua de un arroyo lejano y el gorjeo de los pájaros.
Su cara fue de sorpresa cuando no vio aparecer a un venerable anciano de lentos pasos, sino un fornido guerrero de anchos hombros revestido de metal brillante. Se hubiese quedado sentado de no ser porque también portaba una espada que refulgía como el mismo horno donde la forjaron. ¡Hola! Dijo, esperando que la intensidad de su voz hiciera parar al desconocido.
Pero no se detuvo sino que aceleró el paso, y como no tenía otra protección que sus manos, llegó a la conclusión de que era mejor correr, y cuanto más deprisa mejor, las preguntas mejor dejarlas para otro día.
Su vigor era grande y sus piernas flexibles, y no tardó en perder de vista la villa y al guardián de los secretos, como acordó consigo mismo en llamarle, por ese día se quedaría con la duda del porqué de los cielos, de la luz, de la oscuridad, del dolor y los pesares.
Ahora allí tumbado contemplaba la inmensidad, una suave brisa acariciaba su piel y sabía que la respuesta no estaba en otra parte...
Y durmió.

La primera mujer que se preguntó...

La primera mujer que se preguntó qué era aquella bola ardiente y radiante que se elevaba sobre el cielo, sabía que las semillas cuando se enterraban, germinaban y daban fruto.
Que el trigo creciese, que las manzanas estuviesen maduras, no dependía de los cánticos del chamán, sólo de la tierra, del agua y de su calor. Quizá entonces aquello que daba vueltas sobre su cabeza se trataba de un leño ardiente al que un hombre había lanzado muy fuerte hacía mucho tiempo, a lo mejor alguien muy cabreado con su amada cuando ésta le dijo que se iba al poblado de al lado a jugar con otros amigos.
Pero cuando alzaba la vista para tratar de averiguar su forma, sus ojos le dolían. No era como el fuego del que cada noche desde muy pequeña se quedaba prendada mirando su chisporroteo, del que sentía como una caricia su agradable calor, que la protegía de la oscuridad de la noche y los peligros de aquello que el tonto del chamán llamaba demonios. Aquello era diferente, le quemaba la piel, ilumaba el mundo entero.
Quizá se trataba como de los árboles, de los ríos, de las montañas, en los que nadie, ni hombre ni dios, había tenido nada que ver. Estaban allí desde siempre. De las montañas venía el aire frío que apaciguaba los días de estío, del río venía el agua que calmaba la sed, de los árboles todos los frutos que deleitaban la boca.
Estaba allí desde hacía mucho tiempo y era hermano de las flores, del bosque y del mar, y decidió llamarle SOL, por Semilla que todas las cosas hace crecer, por Océano de calor que el frío aleja y por Luz que todas las cosas hace ver.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Rey ahogado

En el ajedrez se llama "ahogado" cuando el rey sin estar en jaque no puede mover a ninguna otra de las casillas por estar amenazadas por el rival. En este caso es el fin de la partida. Nadie gana. Tablas.

Sucede así muchas veces en la vida; nada de lo que haces sirve para nada y no cedes en aquello que te propones, no piensas en otra cosa, tu consciencia se focaliza, nada te hace conmover excepto aquello que tiene que ver con lo que deseas. Te obsesionas. No te puedes mover. Estás ahogado. Como el rey.

Nadie gana. Todos pierden.

Si yo no fuera tan "filósofo" y no abstrajera mis vivencias, escribiría esto como un novelista de la siguiente manera: 

He conocido a alguien por quien me he dado cuenta de que mi manera de pensar en metáforas me hace vivir la vida con sordina, que no hay partida de ajedrez porque no se trata de ganar sino de aprender. Su mirada me ha atravesado y ha desatado tal tormenta en mi interior, que por ella descendería al infierno lacerante para que mi orgullo sea triturado hasta su última expresión. Para entregarme. Para aprehender de nuevo el mundo con ella: la luz del sol al amanecer, la penumbra de la luna en el ocaso, el brillo de las estrellas en el firmamento... pero he llegado tarde

Y hablamos del enamoramiento como si no se tratase de una disfunción cerebral que te vuelve medio ciego y enteramente incoherente. Porque de lo que hablo no es del amor. Eso es una cosa muy distinta...

Algo que he aprendido es que es total: o alguien te quiere como tú quieres que te quiera o envías a ese alguien allí a lo lejos. Y sobretodo al revés, si alguien te dice que te quiere préstale atención con tus cinco sentidos, porque te está queriendo decir algo que va más allá de lo que tú sabes de ti mismo...

Otra cosa es que o  te multiplicas en tu manera de ver las cosas (sin caer en contradicciones) y sientes alegría por vivir, o apiádate de ti mismo y tu sufrimiento.

No hay rencor, ni autodestrucción. Sonrío. :)

Y en la galaxia hay 200.000 millones de estrellas (pero sólo una que me ha hecho pensar estas cosas)  

No. Quiero terminar esto de otra manera: el mundo es demasiado vasto como para bloquearse en un ahogado. Vivamos. 



 









martes, 31 de mayo de 2016

Truco

Sus afilados dedos barajaban aquellas cartas con elegancia, las combaba, las mezclaba, las repartía por el tapete, las volvía a juntar. - Elige una de ellas - me dijo, y apunté con un dedo la del extremo derecho. Sonrió.

Una polilla revoloteó alrededor de la única bombilla del cochambroso cuarto donde decidí acabar aquella noche de insomnio. La lámpara era verde, cuarteada en uno de sus lados. La polilla se quemó y quedó trazando círculos sobre la mesa con sus desesperados intentos de volver a tomar el vuelo.

Aquella mañana le pregunté: - ¿Me crees cuando te digo que eres la reina de mi corazón?- Sonrió.

Sus dedos seguían engañando a mis sentidos y levanté la mirada para ver sus ojos. Pero esas extrañas gafas rojas me lo impedían. Dejó de mover las manos, el murmullo de la polilla era la único que escuchaba. Allí donde quería ver los ojos de aquel nigromante (ese nombre le di, aunque faltaban las vísceras) encontré mi propio reflejo. ¿Era sangre o dolor? Por momentos creí aletear desesperadamente.

Ella se marchó dejando atrás su aroma y yo no lo supe hasta que la luz se fue.

Las cartas alzaron el vuelo, golpearon la lámpara, algunas parecían revolotear alrededor de la luz, buscando su sentido, hasta que sólo una de ellas quedó boca abajo junto a la agonizante polilla.

La aplasté de un puñetazo. Metí la carta en mi bolsillo sin mirarla. Di las buenas noches.

La reina de corazones. Sonreí.






miércoles, 25 de mayo de 2016

El sueño de Aracne

Miles de arañas pululan sobre un árbol muerto. Se mueven bajo el compás de un ritmo lento, incomprensible. En lugar de hojas, han adornado las retorcidas ramas con una neblina espectral.

Sopla el viento, parece que quiera liberar al viejo de madera. 

- Pero la memoria somos nosotras - dicen ululando - No nos moverás, somos el recuerdo de todas las cosas, las guardianas de todo lo que ha existido.

Veo el hinchado abdomen de una de ellas. Motas de azul chillón advierten de su ponzoña. Se vuelve grande, amenazante, no puedo apartar la mirada. 

Se lanza contra mi, hacia mi cabeza. Me asusto. Me despierto.

Me pica la frente, salto de la cama corriendo hacia un espejo, está roja.

¿Qué he olvidado? Me siento tan aterrorizado como fascinado por las vívidas imágenes que acabo de soñar. ¿Qué he olvidado? Me dejaría inocular su veneno por saberlo. Debe ser doloroso. 

Como doloroso debió ser para Aracne el castigo por desafiar a Atenea, y sin embargo teje las más maravillosas telas que la naturaleza ha inventado.

No importa, no he olvidado nada, ni quiero. Se aprende de aciertos y de errores. Vivir es tejer cada uno de nuestros días con alegrías y tristezas, con amores y desamores, deseos, pensamientos, acciones... todo.

Me pica aún, querida Aracne, pero gracias.

lunes, 11 de abril de 2016

Contemplación. Deseo.

 
Las calles están sucias, voces llegan desde las ventanas, un plato roto, el claxon de un coche, dos mujeres hablan. Cierro los ojos y entre los ruidos que llegan de todas partes y ninguna, el silencio, que crece, convierte todos los sonidos en notas sordas y apagadas.

Ella se cruza en mi camino, se quita la chaqueta, veo su hombro desnudo, sombras aladas lo recorren ¿De dónde vienen? ¿Dónde van? ¿De dónde viene? ¿Dónde va?

Es de noche y en el cielo refulgen las estrellas, allí, inimaginablemente lejos, desde tiempos sin memoria, desafiando la oscuridad que las rodea. Es la inmensidad. Es toda la existencia. Me abruma.

El pelo negro cae sobre su espalda, es azabache, dibuja trazos entre las siluetas que acarician su piel. Quiero ser como ellos. Quiero volar. Quiero tocarla.